Desde que se produjo el anuncio del compromiso del Príncipe de Asturias he estado pensando en escribir sobre ello, y aunque sea con algo de retraso no me resisto a hacerlo.
Mi reacción inicial fue de sorpresa, como la de todo el mundo, no tanto por el compromiso en sí, sino por el modo en que se estaba tratando en los medios de comunicación, principalmente en los dedicados a la crónica social.
De repente, la futura Princesa de Asturias es una chica fantástica que toda madre desearía para su hijo. Nadie le pone pegas a la candidata, y se intenta minimizar el hecho de que sea divorciada.
Vaya por delante que yo tampoco tengo nada que objetar a Leticia Ortiz, y mucho menos por el hecho de que esté divorciada.
Pero en primer lugar tengo que dar la enhorabuena a la Casa Real por la reacción rápida que tuvieron en anunciar el compromiso antes de que saliera a la luz el noviazgo “no oficial”. Porque, en mi opinión esa ha sido la clave para que no se machaque a Leticia Ortiz, tal y cómo se ha hecho con las anteriores pretendientas.
Y es que seamos serios. Una cosa es criticar a la presunta novia del Príncipe, y otra muy distinta meterse con la prometida oficial. Y de ahí que me sorprenda el cinismo de tantos “tertulianos” que en el primer momento se deshicieron en elogios para la futura princesa.
Resulta ahora un tanto grotesco que esos mismo papanatas cuestionaran la ideoneidad de Isabel Sartorius por el hecho de que sus padres estaban divorciados.
Las monarquías están cambiando, y se adaptan a la sociedad de hoy en día. Esperemos que los “cronistas reales” se adapten con la misma soltura.