No sé si salgo del zapatero, la despensa o el altillo, pero tenía que confesarlo: soy heterosexual. Ironías aparte, admito que jamás he entendido muy bien esa necesidad de salir del armario por personas cuyo trabajo está más que reconocido, como es el caso de Alejandro Amenábar, cuya homosexualidad me importa más bien poco, a excepción del hecho de que tenemos un hombre inteligente menos disponible.
Algunos malpensados dicen que resulta sospechoso que este artículo salga justo cuando empieza la Mostra de Venecia donde se estrena Mar adentro. Sin embargo yo no creo que este director necesite de estos burdos trucos para conseguir publicidad, pues los éxitos de sus trabajos anteriores hablan por él.
Pero lo que entiendo menos es que aún sea noticia para incluir en los diarios del día. Desconozco las presiones a las que parece que son sometidos los homosexuales para ocultar o sacar a la luz su condición sexual. Está claro que es algo que no hay que ocultar, pero eso no significa que uno tenga que hacer declaraciones públicas al respecto.
En un principio, el orgullo gay tenía el sentido de reclamar una condición que estaba siendo discriminada, segregada, y que por eso se ocultaba. Y el movimiento ha conseguido grandes avances para la igualdad de derechos. Pero tal ve ha llegado la hora de empezar a plantearse que hay que cambiar la dirección, ya que en mi opinión la normalización de la condición de homosexual, y el triunfo del movimiento, será todo un hecho cuando no tengan que ir proclamándolo públicamente.
Y con respecto a Amenábar, espero que después de pasada esta tormenta mediática, se dedique a lo suyo, que es hacer cine, y lo hace muy bien.