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Una niña muere al intentar imitar a Mary Poppins

Esta es una de esas noticias que nunca debería suceder:

elmundo.es – La policía cree que la niña que murió…

Fuentes policiales han informado de que la niña de 11 años que falleció el jueves al precipitarse desde un quinto piso de un edificio situado en el número 4 de la calle Fuente de la Braña, en el barrio ovetense de La Corredoria, estaba jugando con un paraguas a ‘Mary Poppins’.

Sin embargo suceden, y me dan mucho que pensar. No sólo ésta, seguro que todos recordamos disparos accidentales de armas por niños que creían estar jugando, y niños que saltan escaleras abajo emulando a Superman.
Pero tengo la impresión (y ningún dato científico que lo corrobore) de que esto suceden más en la actualidad que en los años de mi infancia. Obviamente yo también crecí con Mary Poppins, Superman, y westerns con indios y vaqueros, y creo que he jugado a todo eso.
Sin embargo distinguíamos en nuestro mundo de fantasía entre lo que podíamos hacer y aquello con lo que podíamos arriesgar la crisma.
Y me pregunto si no sería porque el consumo que entonces los niños hacían de los medios televisivos, era un consumo más responsable, más dosificado, y siempre (o casi) en presencia de un adulto que nos ayudaba a una mejor comprensión.


Tampoco no era cuestión de decirle a la pobre criatura: “Mira niño que Superman es que no existe”, sino más bien explicarle que Superman viene de otro planeta y por eso es un superhéroe que puede volar, pero que nosotros sólo podemos volar en nuestra imaginación.
Además me llama poderosamente la atención que la protagonista de esta noticia sea una niña de 11 años, edad a la que ya se les supone cierta madurez. Por ejemplo, recuerdo que fue a esa edad cuando yo ví películas como El exorcista de Friedkin, o El cazador de Cimino, que para nada son películas infantiles.
En esta bitácora mucho se ha hablado de que la responsabilidad final de los consumos mediáticos de los hijos es de los padres, y yo no puedo estar más de acuerdo.
Sin embargo, el actual ritmo de vida que muchas parejas de padres se ven obligados a llevar dificulta enormemente la labor de supervisar lo que los hijos ven. Y evidentemente esto tendría que solucionarse, y esa debería ser la primera opción.
Sin embargo, y mientras tanto, tal vez deberíamos comprender los adultos que los niños actuales no pueden ver la televisión que vimos nosotros, por las circunstancias en que crecen, y que es posible que haya llegado el momento de que los creadores de contenidos televisivos infantiles piensen en redifinir el planteamiento de este tipo de programas.

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