Todos tenemos ciertos rituales que cumplimos por estas fechas y que son los que hacen de la Navidad algo tan especial. La fiesta empieza con el adorno de las casas, aunque este año ha sido algo más soso ya que no había sobrinos cerca para sacarme de quicio, con lo cual pierde gracia.
Hoy se cumple otro de ellos con el Gordo de la Navidad (que no es Papa Noel). No llevo más que una participación que me regaló ayer mi amigo Sonicraver, sin embargo la tradición manda escuchar el soniquete de los niños de San Ildefonso con la ilusión de que nos toque.
Otro de los momentos más especiales para mí es cuando “ayudo a los pajes de los Reyes Magos” a envolver regalos de Navidad. Ayer cumplí con el ritual y admito que para mí es de los mejores momentos de estas fechas. No comprarlos, que muchas veces es un agobio por tener que escoger tantas cosas para tantas personas. Pero sí envolverlos, escogiendo cada papel, cada lazo y poniéndoles etiquetas con su nombre.
Y la última tradición es obligada. Impuesta, cómo no, por las compañías aéreas. Cada año mi hermana María José sufre algún tipo de incidente que hace que su llegada se retrase: Huelga de controladores franceses, huelga de controladores españoles, amenazas de bomba, averías del avión, desvíos de aeropuerto… El año pasado casi cenamos en el aeropuerto por Nochebuena, y algún año incluso se ha venido en coche para no tener que sufrir su mal aeroportuario.
Este año no ha sido distinto. Debía llegar hoy sobre las 12.40 horas. Yo le dije que en situación normal no podría recogerla, pero que como se retrasaría, con toda probabilidad podría ir hasta el aeropuerto. Boca de cabra la mía. Llamó hoy a las ocho para comunicarnos que no podían salir por la niebla y que, como pronto, llegarían a Málaga sobre las cinco de la tarde. El lado bueno es que podré recogerla. El lado bueno es que la tradición sigue 🙂
Me encantaría que me contárais vuestros momentos gloriosos navideños.