Minid ha hecho un certero post, hablando de hacia dónde se dirige la blogosfera en este digamos segundo estadio de su evolución, tras la ilusión inicial generalizada.
Sin embargo, y aun estando muy de acuerdo con la mayoría de lo que expone, no deja de parecerme un tanto ingenuo el lamentarse por la corrupción o degradación de una herramienta, por lo que de previsible tenía. Es decir, pensar que la blogosfera (como fenómeno) iba a mantenerse limpia e impoluta del actual mercado de la información era como creer que hay objetividad en el periodismo actual, cuando lo máximo a que se puede aspirar es a que haya honestidad.
Pese al pesimismo de Minid, siempre he pensado que, como en todas las sociedades, la blogosférica debía vivir esta especie de cisma que culminará con una selección natural en la que sólo sobrevivirán aquellos bloggers que se mantengan independientes y además generen contenidos de calidad.
Personalmente, cuando veo que un autor empieza a publicar 15 o 16 entradas diarias, lo normal es que me aburra, porque la mayoría no me interesan y sólo llenan de ruido mi gestor de feeds. Pero eso no quiere decir que no haya un mercado para ellos, aunque tal vez el error esté en seguir considerándolos blogs.
Yo, al menos, determinados blogs muy conocidos no los considero como tales, sino como revistas en formato blog. Y tal vez lo que deberíamos replantearnos es a qué llamamos un blog, y si nos referimos al aspecto formal o a su espíritu. No se trata de hacer distinciones sino de aclarar conceptos.
Es decir, todos sabemos que un blog está compuesto por entradas en orden cronológico inverso, con o sin comentarios, con lista de enlaces recomendados, bla, bla, bla. Eso parece que lo tenemos claro. Ahora bien, conceptualmente “para mí” un blog es esa página en la que su autor escribe con total libertad de lo que le apetece, sin presiones de ningún tipo, ni de ritmo, ni de cantidad de posts, ni de publicistas, ni siquiera de sus comentaristas. Además soy de las que creen firmemente que un blog debe tener comentarios, porque es fundamentalmente conversación, y si no, será otra cosa, pero no un blog.
Por otro lado, ¿es eso incompatible con el ingreso por publicidad? Yo creo que, en determinadas condiciones, no. Y pongo un ejemplo (a ver si cuela): Si Viña Ardanza decide mandarme una cajita de vino mensual para poner publicidad en mi blog en el que hablo de Comunicación, no veo nada de malo en ello, ya que no hay interferencia posible (otra cosa es que fuera una mala inversión publicitaria).
Ahora bien, si es Disney quien decide invitarme a un viajecito a Orlando, podría resultar más sospechosa cualquier crítica que yo hiciera de una película de dicha factoría. Y no hablamos de que Disney me “sugiera” que hable bien de sus obras, sino de que al tratarme bien, se supone que yo no querré hablar mal de ellos para que sigan haciéndolo. Lo que en periodismo llamamos “el síndrome del mejor canapé”. O sea, que cuanto mejor sea el ágape de la fiesta de un estreno, mejor será la crítica de la película.
Es algo que he vivido en primera persona, ver cómo un crítico profesional de cine me ponía a parir una película y al día siguiente en su columna la ensalzaba. Y cuando yo le preguntaba el porqué me decía que el director era su amigo y no podía hablar mal de él. “Pues no hables”, le sugería yo como la menos mala de las soluciones.
Al final, como también comentaba Enrique Dans, el blogger no deja de ser una persona con ética (o sin ella) y por tanto tan susceptible de hacerlo bien o mal como cualquiera.
¿Cuál es el peligro de todo esto? Que la gran cantidad de ruído en la Red no nos deje escuchar las voces interesantes que han encontrado en el blog su modo de difusión. Pero también es labor nuestra afinar nuestros sentidos.