Para un apasionado de la Ciencia como yo, las disciplinas que abordan de manera científica esos conceptos que más se resisten a la medición objetiva son algo fascinante. La Memética es una de mis preferidas. Del mismo modo que la Genética estudia la forma en que se transmiten los genes de una generación a la siguiente, la Memética analiza la forma en que las ideas se trasmiten entre los seres humanos. Los memes son para la cultura lo que los genes son para la vida.
Nacemos con una serie de conocimientos que forman parte de nuestra historia evolutiva, lo que comúnmente llamamos “instinto”. Nuestra primera forma de comunicación está impresa a fuego en nuestros genes: sabemos llorar para conseguir lo que queremos. El resto de nuestra vida lo pasaremos aprendiendo, principalmente por imitación; asimilando o descartando las ideas de los demás; creando y moldeando nuestras propias ideas. Somos máquinas de procesar memes.
Los memes son magníficos replicadores y pueden propagarse a una velocidad increíble. Los publicistas lo saben muy bien y nos incitan con sus eslóganes a replicar los gastos gustos, la estética y los comportamientos que vemos en sus anuncios, tanto si se les llama así como si están insertados en un “informativo”. Nos dicen cuáles deben ser nuestras preocupaciones, sobre qué temas debemos discutir en el bar y cuál es el tipo de música que nos gusta; y gracias a los memes terminamos repitiendo contra nuestra voluntad esa tonadilla pegadiza a la que llaman “canción del verano”, o incluso alguna burda parodia, que por supuesto el próximo verano negaremos haber cantado alguna vez. Cuando la música es mala… es mala.
En las cadenas televisivas, los memes mutan levemente y se replican masivamente en cuanto los medidores de audiencia emiten un veredicto mínimamente favorable, generando infinidad de pequeñas variaciones del programa de éxito (= share) de turno: programas infectados por una especie evolucionada de propagadores de chismemes, ahora convertidos en “periodistas”, que explotan nuestras capacidades innatas para el cotilleo memético; realities que incluyen en su título otros memes de apoyo como “VIP” o “de los famosos” para atraer a un público resignado a padecer este tipo de enfermedades meméticas degenerativas.
Los políticos utilizan la replicación a su manera, y a menudo repiten y repiten machaconamente un mismo meme, a sabiendas de que la repetición de una mentira muchas veces crea en la gente la ilusión de una verdad. No hablaré de religión, Dios -en todas sus formas- es un meme demasiado antiguo e influyente como para abordarlo en un humilde post.
Y en nuestra Nueva Era Tecnológica, Internet se ha convertido en un organismo memético colosal. Las ideas fluyen de un lado a otro del planeta a una velocidad de vértigo, invadiendo nuestras cuentas de correo con cadenas virales, inundando de memes multirreplicados los blogs copipasteros o los servicios de “selección” de contenidos como Meméame Menéame.
Pero para bien o para mal, uniendo comunidades o generando guerras, los memes son la base de nuestra comunicación y hacen de nosotros los seres culturales que somos. Y también producen efectos interesantes como que, al leer el título de este post, muchos hayáis pensado en una misma película. Pero eso es otra historia… 😉