A veces una ve la televisión y no encuentra vestiduras suficientes para rasgarse. Como cuándo veo el anuncio institucional de que la Ley actúa contra la violencia. Si no fuera porque no es es tema de risa, mis carcajadas sonarían allende los mares, y si no vean uno de los vídeos, o dos, o tres.
Y ustedes dirán que maldita la gracia que tiene el asunto, y en realidad es así. El problema es cuando dicen algo como “Contra los malos tratos gana la ley“. Y es una frase que toca mucho la moral, porque da la impresión de que hace falta que te cosan a puñaladas para que la ley haga algo por ti, o que te violen, o que secuestren…
Siento ser tan dura, pero hay otros muchos tipos de maltrato que no están contemplados. Y yo no quiero entrar aquí en el maniqueo argumento del hombre malo y la buena mujer víctima de todo, pero es que a veces es así. Y hay hombres buenísimos que se desvivan por sus hijos (yo los conozco) e incluso algunos que también sufran malos tratos, como nos cuenta Daniel en un comentario en el blog de Cyberfrancis. Pero lamentablemente esos casos, casi nunca son noticia, y hoy no son objeto de este post.
Aclarado esto y siguiendo con mi argumento, yo veo casos de auténtico juzgado (literalmente), como que un padre niegue toda la comunicación de su hijo/a (menor de cinco años) a su madre cuando le corresponde tenerlo, sin saber la madre dónde está su hijo/a ni cuándo se lo van a volver a entregar, ni si está en la ciudad, ni si ha comido bien.
- Respuesta del Juzgado nº 1: El padre tiene derecho a tener intimidad en el tiempo que pasa con su hija y si en la sentencia no hay nada especificado… ajo y agua. ¿Y el hijo/a en cuestión no tiene derechos?
- Respuesta del Juzgado nº 2: Es intolerable que su hijo/a permanezca incomunicado y usted tiene todo el derecho a saber dónde está y a hablar con él/ella. Pero estamos muy ocupados y tendrá usted que buscarse la vida… ¿Ustedes están muy ocupados para hacer su trabajo?
Esto no es ningún supuesto, es un caso real, uno de tantos que todos conocemos y hemos visto a nuestro alrededor. En estos casos la Ley no sólo no gana, sino que ni siquiera actúa, porque si no hay sangre de por medio “tenemos cosas mejores que hacer”.
Soy consciente de la carencia de medios con que se trabaja en muchas ocasiones, pero me pregunto cuánto ha costado la dichosa y falsa campaña publicitaria en la que nos pretenden hacer creer que esa ley funciona.