Hace ya algún tiempo que quería escribir esta entrada, y ahora que está a punto de terminar Operación Triunfo y, cuándo ya llevamos una larga experiencia de diversos modelos de realities, me pregunto cómo es que a nadie se le ha ocurrido hacer uno en el que estos candidatos a cantantes o modelos o simplemente famosillos, que apenas saben articular palabra, y mucho menos juntar tres seguidas, se les encierre y al más puro estilo “My fair lady” para así convertirlos en seres adorables con cuya compañía podemos disfrutar.
Por citar sólo alguno de los últimos casos tenemos a Manu, Tania S., Amparo, o incluso la propia Rosa (que parece ir aprendiendo poco a poco), que podrían encarnar el paradigma perfecto para convertirse en modernos ejemplos de Galatea.
¿Y por qué se me ocurre semejante tontería? Es sencillo, es a causa del aburrimiento de ver un producto televisivo agotado junto con la preocupación de que ver una juventud para la que las normás más básicas de educación y expresión no existen. Por desgracia es algo más generalizado de lo que me gustaría, pero me preocupa especialmente en el caso de los modelos de juventud que mostramos en televisión y que deberían servir para algo más que para encarnas ideales falsos de fama y glamour.
Pero también me molesta el hecho de que muchos de estos candidatos a cenutrios del año, son andaluces, y excusan ahí precisamente su incapacidad de expresión y su ineducación. De hecho dicen incluso frases como “Es que yo soy andaluz”. Echando así más fuego a una imagen distorsionada y pobre de la gente del sur.
No, perdona. Yo soy andaluza y me encanta el acento andaluz, pero nada tiene que ver con la ausencia de vocalización, ni con la pobreza de expresión, ni con las incorrecciones en la construcción del lenguaje. Personaje conocido que habla un precioso y culto andaluz podría ser por ejemplo Felipe González, con cuyo acento yo sí me puedo sentir identificada, aún siendo él de Sevilla y yo no (aclaro que cada provincia andaluza tiene una acento diferente muy marcado).
Siempre le digo a mis alumnos que los acentos son muy bonitos y deben conservarlos, pero que en comunicación es fundamental saber que en determinados momentos debemos neutralizar ese acento, y siempre debemos esforzarnos en expresarnos mejor. Y es una labor que debemos hacer desde muy pequeñitos.
Eso me recuerda una anécdota el otro día con mi sobrina Lara. Íbamos a la playa y ella llevaba una fiambrerita con un dulce y un zumo. Paramos a tomar un café por el camino y cuándo nos íbamos tuvimos el siguiente diálogo:
– Lara, coge tu fiambrera
– ¿Qué?
– Eso de la mesa Lara… ¿cómo le llamas tú?
– Pues cacharro.
– Pues no. Se llama fiambrera, cielo, recuérdalo.
Claro, Lara tiene seis años y aún es recuperable, pero bromas aparte creo que sería un reality no sólo que daría mucho juego mediático, sino en el que además la juventud podría aprender mucho.