Por fin un poco de coherencia. Álex de la Iglesia ya había dado muestras de cordura y de un talante dialogador. Sin embargo en muchas ocasiones su cargo como presidente de la Academia le obligaba a expresar ideas que no le convencía demasiado, tal y como contaba en “Mi vida como payaso“:
“Primero surgen en mi cabeza, por defecto, mis propios textos, lo que yo opino realmente sobre el asunto a tratar: “Cine, ¿arte o industria?, Internet, piratería, lo mal que hacemos las películas, la relación producción-distribución-exhibición, las televisiones y el 5%, la ley audiovisual, dónde está Garci, qué se cuenta Almodóvar”. Mis opiniones son archivadas instantáneamente: provocarían una estampida en la conferencia, desmayos entre espíritus sensibles, llamadas de las radios y titulares obscenos en los periódicos del día siguiente. Pienso después (todo en décimas de segundo) en lo que debería decir para no tener problemas, algo políticamente correcto y suavemente picante que haga las delicias de niños y grandes. Esto lleva más tiempo porque, diga lo que diga, molestará a alguien. Paso directamente a una especie de mix entre lo que pienso, lo que no molesta y algo estúpido que surge en mi cabeza sin que yo lo controle, producto de una inspiración idiota súbita. Me oigo a mí mismo escupiendo las palabras, y advierto sorprendido que no estoy de acuerdo con lo que digo”.
Hoy Álex de la Iglesia dimite como consecuencia del acuerdo al que llegaron ayer PP y PSOE para la aprobación de la Ley Sinde en el Senado, y con ello me devuelve un poco la fe en las personas, en el diálogo, en el saber que todos estamos del mismo lado, que es el de potenciar la cultura, y no proteger a una industria obsoleta que ha perdido el norte, ayudada por una ministra que es juez y parte y que hace mucho que debería haber dimitido, o que la deberían haber cesado.
Las palabras de Álex de la Iglesia son claras y contundentes:
Teniendo posturas absolutamente divergentes, el diálogo era fluido y sobre todo, constante. Soy un tipo con el genio fácil y dado a la respuesta rápida y poco meditada. Esta gente me dio una lección. Es cómodo hablar con los que te siguen la corriente: te reafirmas en tus ideas, te sientes parte de un grupo, protegido, frente al resto de locos que se equivocan. Por vez primera, aprendí que dialogar con personas que te llevan la contraria es mucho más interesante…
… No voy a dejar de discutir, pero francamente, prefiero hacerlo como director que como presidente. Lo coherente es dejarlo.”
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