No soy una gran aficionada a los toros. No soy antitaurina. He estado en un total de dos corridas en mi vida. En esta última ocasión además, y gracias a la invitación de Marivi Romero, pude “disfrutar” del espectáculo, desde un sitio privilegiado: el burladero. En concreto fue el pasado 17 de agosto en La Malagueta.
Y esta experiencia ha sido bastante agridulce. Como espectadora de un espectáculo visual, me parece que el toreo ofrece unas images bellísimas, algunas de las cuales intenté infructuosamente fotografiar.
Sin embargo, el acto en sí, especialmente el acto de matar al toro me pareció innecesariamente cruel. Cierto es que en esa tade en concreto los toreros no estuvieron muy finos en el tercio, e incluso llegamos a ver 17 descabellos a un mismo animal. En ese momento sí entendí a los antitaurinos. Y no entendí por qué se alargaba innecesariamente la muerte de un animal. Si el torero es malo, o tiene un mal día debería haber otro tipo de soluciones. Porque la única nobleza que yo ví allí, fue la de los toros.
Como os digo, un sabor agridulce. Más agrio que dulce.