Hace poco tiempo tuve una pequeña trifulca con alguien muy cercano y querido porque me comentó que le estaba enviando un vídeo grabado en una cena entre amigos a uno de los allí presentes aquella noche.
Los que me conocen “bien” saben que detesto profundamente que me hagan fotos o que me graben. Sí; es así de sencillo. De hecho hay bodas familiares en las que parece que yo no haya estado porque no hay prueba gráfica de ello.
Pero en un momento dado de mi vida me arrepentí profundamente de ello porque me di cuenta de que no tenía ninguna foto con personas que habían desaparecido y con quién ya no tenía la oportunidad de compartir momentos, y al menos me habría gustado tener una foto que me trajera a la mente el recuerdo de esos momentos juntos. Por eso, y no por otra cuestión, me relajé en ese aspecto y empecé a dejarme fotografiar, pero no puedo entender que de repente una foto mía de hace 10 o 15 años aparezca en la Red, y me siento asaltada por ello, y me siento faltada al respeto.
Otra cosa bien distinta es que por cuestiones profesionales esté acostumbrada o haya asumido que es parte de mi trabajo. Así, si estoy en algún sarao bloguero, conferencia, congreso, incluso en algún Beers&Blogs&Whatever asumo que saldré en fotos, me guste o no.
Ahora bien, lo que no puedo entender es que yo esté con amigos, se saquen fotos y luego terminen en la Red sin que hayan tenido la deferencia de pedir permiso para ello. Probablemente además yo haya cometido el error ante esta ola exhibicionista digital que en mayor o menor medida nos ha afectado, y pido disculpas públicas a los afectados por ello.
No obstante me tranquiliza saber que no soy la única preocupada con ello y que empiezan a levantarse voces en contra de tanto dispendio visual, y por eso me he animado a escribir este artículo que llevaba maquinando meses en mi cabeza. Especialmente interesante me parece el artículo de Paloma Llaneza, que da de lleno en dos cuestiones: por un lado lo frustrante que resulta estar sentado a una mesa con un montón de gente mirando su pequeña pantalla; y por otro, el atentado contra la privacidad que supone.
Me gustaría hacer entender que no se trata de ninguna neura o paranoia de proteger mi imagen, sino de la necesidad de mantener cierta distancia entre tu esfera pública y la privada. De la necesidad de poder seguir decidiendo cuándo quiero salir en la foto y cuándo no, y tampoco se trata de no salir en la foto, se trata de no compartirla con el resto de la humanidad, sino sólo con quién tú quieres, y cuándo tú quieres.
A muchas personas esto le parecerá una tontería y estén encantadas de compartir su imagen con todo el Universo. Me parece genial, y si yo puedo contribuir a la difusión de vuestra imagen lo haré, pero igual que yo respeto eso, sólo os pido que respetéis a los que nos gusta guardarnos algo para nosotros, aunque sea un poquito.
Así que si no queréis tener una bonita colección de fotos de mi mano, por favor, preguntad primero y disparad después 😉
El tema, compa Sonia, es delicado, y, además, ha cobrado un vigor tremendo con la extensión tan desmedida de las redes sociales. Entiendo que, a estas alturas, hay que empezar a asumir que un cierto “descontrol” es inevitable -no puede andar uno con la paranoia de pensar que habrá fotos suyas exhibiéndose en mil y una páginas-, y pensar que, al fin y al cabo, salvo supuestos muy excepcionales (y que, eso sí, no deberían darse), las fotos siempre van a ser inocuas (aunque eso siempre puede ser muy relativo). En todo caso, es un ejemplo de manual de cómo las tecnologías y las pautas de comportamiento que posibilitan acaban por dinamitar un entramado completo de referencias sociales, morales y jurídicas acerca de una cuestión, como es la de los derechos a la intimidad, el honor y la propia imagen (salvando las distancias, algo similar a lo que ha ocurrido con el tema de las descargas e intercambio de archivos y los derechos de propiedad intelectual). En fin, tema para mil y una disquisiciones.
Un abrazo y buen verano.
P.S. mi cámara se ha quedado sin pilas, así que tranquila…
Yo quiero una colección de fotos de tus manos (no te puedes hacer una idea en manos, valga la redundancia, de un quiromante todo lo que pueden llegar a decir sobre tu futuro y tú yo más íntimo, todas las lineas que cruzan tus manos, y hasta lo que pueden llegar a revelar sobre tu pasado, un estudio detallado de tus huellas dactilares 😉
Yo también me pongo muy nervioso cuando me dicen que mire al pajarito, que diga patata, o cheese, o… Yo sé que lo mío es de médico. Como será lo mío con las fotos que por no salir, no salgo ni en las de mi boda (mi novia entendió desde el primer momento que quería que mi alma siguiera conmigo y no atrapada en una vulgar cámara digital, jeje).
Me parece que volvemos a encontrarnos con otra de esas delgadas líneas rojas que tanto me gustan, pero si me permites, en este caso es querer sacar las cosas un poco de madre.
Imagino que es el precio a pagar por vivir en estos tiempos y disfrutar de las nuevas redes sociales.
Te imaginas la de albumes de fotos que hay por ahí, y eso sin contar la de colección de videos de viajes varios, en las que aparece un montón de gente a la que ni se nos ocurrió que debíamos de pedirle permiso para “tenerlos con nosotros” el resto de nuestras vidas?
Te imaginas a los familiares de algunos de ellos reclamándonos que esa foto, o ese trozo de vídeo en el que sale su familiar, o ex, o simplemente amigo al que le perdió la pista, es más suyo que nuestro?
Te imaginas un telediario en el que para su emisión tuviera que pedirle permiso hasta el último mono de la compañía que aparece en un rinconcito de cualquier noticia pues ve violada su intimidad?
P.d. Ya se lo dije a Paloma y quiero repetirlo por aquí, pero me parece que lo tenéis más crudo que Ramoncín y toda la SGAE junta con su pelea por los derechos de autor.
Estoy de acuerdo contigo y con el artículo de Paloma Llaneza, pero ¿porqué las “personas públicas” no han de tener los mismos derechos que los demás ciudadanos?, y ¿porqué es tan respetable el derecho a la información cuando la mayoría de las veces se utiliza con fines políticos partidistas por medios de comunicaciób que no son independientes?. ¿No habría que replantearse todo esto?
Y, por cierto, cómo va lo tuyo con Astrologuito? 😀 jeje
Yo tuve una discusión con un amigo que no entendía que no me hiciera gracia que las fotos de mi boda estuvieran en su web.
“Pero mujer, si así las puede ver todo el mundo… !”
Ese es el problema, yo no quiero que las vea todo el mundo, sólo mi mundo.
Al final se solucionó con una contraseña que dio a los más cercanos, pero no llegó a entenderme.
Tienes razón en tu artículo. Hoy en día lo peor de ir a cualquier evento social o cena de amigos es que hagan fotos y a alguien se le ocurra publicarlas en cualquiera de las redes sociales y no puedas controlar quién las ve. Nos invade una ola de exhibicionismo digital. A mí no me importaba aparecer en las fotos, pero esto era cuando permanecían en la esfera privada, pero ahora ya no me gusta tanto. Y muchas veces casi sientes que no puedes hacer nada ¿qué haces? ¿te peleas con todos tus amigos que les ha dado por subir fotos en que también sales tú en Facebook, por ejemplo? Y encima las etiquetan 😉 Supongo que este tema tiene que evolucionar más y los que no quieren que su imagen salga en según donde tienen todo el derecho a oponerse y deberían existir medios para facilitar esta oposición.
Isabe: Uy! Va fatal, no me ha vuelto a llamar ni nada. Me temo que no tenemos futuro juntos 😉
Lástima, menudo bloguero saldría vuestro hijo 🙂
Bueno es cuestión de poner una contraseña en lugares del estilo que comentaron ya arriba y restringir quién las pueda ver en otros; aunque está claro que el problema es díficil de atajar porque hoy en día todo el mundo lleva una cámara encima prácticamente siempre.
Tendré que reflexionar algo más sobre el tama sí.
Saludos Sonia
Me temo que nos unimos en la neurosis, Sonia, porque a mi no me han gustado nunca las fotos. Me temo que es porque salgo fatal y me molesta que la memoria gráfica que se guarde de mi me muestre como alguien que no soy. Así que la neura me viene desde mucho antes de las redes sociales y ya son muchos años huyendo de las cámaras, vídeos, teléfonos y demás artilugios. La gente cercana lo sabe y lo respeta y en el mundo 2.0 voy sobreviviendo como puedo.
Es curioso lo que comentas de los recuerdos que has perdido por tu resistencia a las fotos. Con Chiqui he tenido que ceder por este motivo: mientras yo soy Funes la memoriosa, él necesita fotos para recordar. Pero lo llevo fatal.
Dudo que llegue a demandar a nadie por esta manía personal, pero estamos llegando al punto en que este uso indiscriminado de la cámara del móvil dará problemas.
Manuel, creo que la comparación de las descargas de música con los atentados a la intimidad es inexacto. La intimidad y la propia imagen son derechos fundamentales consagrados en todas las constituciones y declaraciones de derechos humanos, mientras que el de propiedad intelectual es un derecho no fundamental, como el de usufructo o el de expropiación, que pueden y deben adaptarse a la realidad social. Los principios fundamentales lo son porque son la base de nuestro sistema legal y democrático y están para perdurar. Por eso su modificación es tan complicada.
Me gustaría – y esto ya es un deseo personal que no tiene protección legal- que calara la idea de que el Derecho, aunque parezca que carece de la complejidad de construir aviones, responde a una ciencia que hay que conocer y de la que no conviene hablar de oídas.
Hola Sonia. Este mundo se está volviendo un infierno de imágenes robadas. He de reconocer que yo también he participado de este juego despiadado y al recibir una queja de un familiar, lo medité y decidí borrar toda foto que implicase a terceros. Habrás de imaginarte que se pueden contar las que me han quedado en mi red social, pero al menos ahora se que nadie puede reprocharme nada en relación a su imagen.
Hace unos meses fui fotografiada sin saberlo en la playa por un allegado y aunque le he pedido varias veces que por favor retire esa foto de su Facebook, aún sigo esperando el día que mi estupida cara, distraída e inmortalizada a discreción, desaparezca por arte de magia, ya que como a ti, tampoco me entienden.
Un saludo.
Hola Sonia,
Llego un poco tarde a este post, pero espero estar a tiempo de comentar. Estoy totalmente de acuerdo contigo, pero como ya comentan algunos de tus lectores, el control 100% no existe y hay que aprender a convivir con ello. Si tienes la suerte de saber dónde y qué fotos se publican ya es un avance. Pero puede ocurrir que alguien publique en una red social donde no tienes cuenta y ni te enteras.
Lo interesante del caso es tener al menos una idea de dónde se quiere estar y dónde no. En ambos casos hay que vigilarlo de cerca. Sólo puedes relajarte algo más con relación a los sitios donde te da igual.
Muchas gracias por la oportunidad de comentar y un saludo muy cordial
Jaime