Ya tiene unos cuantos días este artículo de Jordi Matas (UB), pero no paro de darles vueltas. Sobre todo porque tengo esa terrible sensación de que estamos enviando la Universidad pública al infierno, y a nadie parece preocuparle…
Nuestros Gobiernos quieren convertir las universidades en un territorio de pensamiento yermo y estéril, sin opinión crítica ni capacidad para rebelarse. Y las universidades asienten.
Y si no que le pregunten a todas esas universidades que han aplicado las medidas del gobierno includo de un modo más estricto, eso sí, bajo la excusa de que no pueden hacer nada.
Muchos profesores e investigadores universitarios están más pendientes de la burocracia universitaria, derivada de una mala aplicación del llamado Proceso de Bolonia y de una supuesta modernización pedagógica, que de dedicar esfuerzos a resolver o amortiguar los efectos de las crisis poliédricas.
Vivimos enterrados en formularios e impresos a rellenar. Vivimos dedicados a contar detalladamente lo que hemos hecho, lo que estamos haciendo y lo que querríamos hacer, en vez de dedicar ese precioso tiempo a “hacer” y a hacerlo lo mejor posible.
Otros se desviven siguiendo las absurdas pautas de un currículum universitario oficial que genera una obsesión colectiva por publicar en revistas científicas de impacto incierto y que, en cambio, menosprecia el trabajo universitario (cualquiera que sea su formato) destinado a producir un impacto social real y positivo.
Afortunadamente otros preferimos dedicarnos a mejorar nuestras clases en vez de ir rellenado papers para un currículo container en el que cuantas más “cromos” tengamos mejor.
Ojo, que nadie confunda lo anterior con el estupendo trabajo de investigación científica que se lleva a cabo en este país, del que podemos saber precisamente a través de esas publicaciones.
Las universidades han dejado de ser el motor del progreso social y participan de una apatía colectiva que alimenta actitudes de resignación y sometimiento.
Amén.