Leo con estupor esta noticia aparecida hoy en El País sobre un profesor que miró el teléfono móvil de un alumno menor, en busca de contenido sexual, y que la justicia lo ha amparado por ello.
No me atreveré a entrar en cuestiones sobre si prevalece el derecho a la intimidad y a la protección de datos, frente al derecho (¿obligación?) de proteger a otros menores, que para eso tiene doctores la iglesia.
Sin embargo, permítanme que sí entre en analizar este párrafo:
En noviembre 2011, el docente, con ayuda del informático del centro, hizo aquella comprobación y abrió expediente sancionador al niño. Poco después, el padre denunció al colegio por violación del derecho a la intimidad, privacidad y secreto de las comunicaciones; primero en un juzgado de Madrid y, después, ante la Agencia Española de Protección de Datos.
O sea, que los padres, en vez de castigar a su hijo por acceder a material inadecuado para su edad, y lo que es más grave, mostrárselo a compañeras, ¡van y denuncian al profesor! ¿Nos hemos vuelto locos?
Esto me recuerda a la reveladora ilustración de Emmanuel Chaunu sobre cómo ha cambiado la percepción de los padres:
Vía: La justicia respalda a un profesor que miró sin permiso el móvil de un alumno | Sociedad | EL PAÍS.