Me gustan los realities de famosos. Otro guilty pleasure a unir a mi lista. Me encanta Gene Simmons Family Jewels y me sorprendí mucho con la sencillez de Tori Spelling. Incluso me divertía a ratos Alaska y Mario. Así que decidí darle una oportunidad a We love Tamara, aunque parece que no fuimos muchos, unos 15.000 de audiencia, por debajo de la media del canal.
La cuestión es que este formato se fundamenta en seguir la cotidianeidad del famoso en cuestión. El espectador no es tan ingenuo para creer que todo es real como la vida, y está claro que hay situaciones guionizadas e incluso creadas para formar parte y aderezar de algún modo el programa.
Pero el problema con We love Tamara está en que da la sensación de que todo está hecho para el reality, y que probablemente no hay mucho más que contar. Me explico: el episodio comienza con ella preparándose… bueno, con la doncella preparándole la bolsa para ir al gimnasio tras tres meses sin acudir, mientras ella se lo cuenta por teléfono a una amiga en un claro exponente de conversión tipo: “Jopelines, tía”. Ya es casualidad que el primer día de grabación decida retomar el ejercicio con su entrenador personal. Y después hay una cena concertada con Alaska y Mario, a los que parece ser que no conocía en profundidad. Ya está. Ése es todo el episodio. Para rematar, nos ponen un avance del siguiente episodio, y lo que vemos es cómo se prepara para tirarse en paracaídas. Yo no sé tú, ávido lector, pero no es una actividad que yo practique muy asiduamente.
Y ahí está la cuestión: si esta chica pretende mostrarnos su vida normal, hemos de decir que de momento es de todo menos normal. Pero el problema es que tampoco es interesante. En realidad a mí esta chica me cae bien, me parece agradable y prefiero mil veces ver un programa sobre ella a cualquier vicerverso o chori shore de turno. Pero esperemos que en sucesivas semanas vaya mejorando, aunque en realidad no sé si yo seguiré ahí para verlo.